
05 Sep LA MEJOR FORMA DE EGOÍSMO
Giovanni Fontana, presidente y cofundador de Second Tree, escribió este artículo para el periódico italiano “Il Post”. Con motivo del Día Internacional de la Caridad, queremos compartirlo con todos vosotros, esperando que os inspire a dedicar una parte de vuestras vidas a ayudar a los demás.
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Hoy se cumplen cinco años desde que mi vida cambió – de manera explícita, plena, íntima – para mejor. Hace cinco años me fui como voluntario a Katsikas, un campo de refugiados en el norte de Grecia. Luego, con otros voluntarios, creamos una pequeña ONG, Second Tree, que ha crecido con el tiempo. Ha trabajado y sigue trabajando por los que viven en esos campos y ha involucrado a personas excepcionales. Yo, por primera vez en mi vida, me siento en paz. Solo los que me conocen bien saben lo inédito, lo revolucionario, que es oírme decir que estoy “en paz”. La angustia de la existencia siempre ha estado ahí, dentro, bajo la superficie, con momentos de catarsis intensos pero breves. Durante los últimos meses ha sido un respiro continuo. Es un estado de ánimo inexplicable.
Escribo este post con el objetivo manifiesto de convencer a las personas que lo lean de que tomen una decisión similar, de que intenten hacer el bien. Utilizo esta expresión ingenua, intencionadamente genérica: la manera que he elegido de ayudar a los que escapan de las guerras y las persecuciones a rehacer sus vidas es muy “fácil”, en el sentido de que es poderoso pero sencillo, comprensible. Hay muchas otras formas de hacer el bien. Ocupar una parte importante de la vida, mejor si es la que asociamos generalmente con el “trabajo”, con actividades cuyo objetivo principal es mejorar la vida de otra persona, o dicho de una manera más digerible: intentar limitar, remendar, el sufrimiento.
Hay una simpleza con presunción de profundidad que se escucha a menudo: “Todo altruismo es una forma de egoísmo”. Es una obviedad, ya que todo lo hacemos porque algo en nuestro interior nos impulsa a ello. Y al mismo tiempo es una mentira, porque si cada cosa en el mundo es egoísta, hay que profundizar en la distinción semántica: ¿es un acto que por sí mismo beneficia a los demás o los perjudica? El primero lo llamamos altruismo, el segundo egoísmo. Se puede ser generoso haciendo el bien para uno mismo, de hecho, de lo que estoy tratando de convencerte es de que esto ocurre, sea esta tu intención o no.
La mejor manera de describir este estado de ánimo es relatar algo en lo que he estado pensando últimamente. Es un pensamiento que, por un gran pudor, solo he compartido con dos personas, y desde luego no en público. Pero tal vez pueda ayudar a alguien a tomar un nuevo camino: imagina, en tu propia vida, que salvaste la vida a un niño que se estaba ahogando en un lago (un ejemplo muy conocido de Peter Singer); o que sacaste a una persona desmayada de un edificio en llamas. No cabe duda de que, justo antes de morir, recordarías ese momento como uno de los más significativos de tu vida, quizá el más significativo. A mí para eso me pusieron en este mundo. Es decir, sé que al menos una de las personas que ha pasado por aquí no estaría viva si no fuera por lo que he hecho estos últimos cinco años. Algo así me da vergüenza escribirlo, me da vergüenza pensarlo, pero si lo pienso, es cierto. Lo pienso, lloro, y me digo: en el fondo, ahora, puedo morir. Imagina tener esta certeza, tener esta sensación: ¿qué más se puede pedir?

Escribo este post porque le deseo a todo el mundo esa sensación. Ahora sé que – al contrario de lo que parece, y del enorme valor que tiene – no es tan difícil de conseguir, está al alcance de todos. Sé cuál es la reacción instintiva de una persona a la que se le dice “¡Vete de voluntario a África!” o “¡Pon en el centro de tu vida ayudar a los demás!”, en muchos sentidos yo también fui esa persona: ¿pero cómo lo hago, es demasiado arriesgado, es demasiado tarde, y qué pasa con mi vida? En una palabra: ¡no puedo cambiar! Una cosa que he aprendido en estos años es que confiar en ti mismo significa confiar en tu capacidad de cambiar, de aprender, de mejorar. Realmente somos lo que hacemos para cambiar lo que somos (Galeano).
Hace unos meses fui a Samos para ver cómo estaba la situación en el campo de refugiados de la isla tras el terremoto que la golpeó. Me quedé allí unos diez días con Giulia Cicoli. Giulia es tres cosas: fundadora de Still I Rise, una persona a la que llamaría para resolver cualquier injusticia, una amiga. Su historia es muy parecida a la mía y por eso nos comparamos a menudo: la certeza que tengo sobre Giulia, sobre sus palabras y su compromiso de fe demuestra un nivel de confianza inconcebible en alguien que, en el mundo normal, debería considerar una competidora, y en quien, sin embargo, sé que puedo confiar plenamente. Una tarde discutíamos sobre una percepción errónea generalizada de nosotros, como héroes del sacrificio o misioneros, y Giulia dijo algo que se me quedó grabado: “Lo que no entienden es muy sencillo, es que a nosotros esta vida nos gusta”. Pensé: a ellos también les gustaría si lo conocieran.
Hay una gran diferencia entre vivir la buena vida y tener una vida buena, y creo que hay muy pocas personas que elegirían la primera, al menos si conocieran la segunda. En eso soy y me siento un privilegiado. Más allá de mi estúpido narcisismo inverso (que sigue siendo narcisismo) que no quiere ser llamado héroe, hay una razón más importante para desafiar esa narrativa, y es que desanima a otras personas a tomar esa decisión, pensando que es un camino para gente dedicada a la autoinmolación, cuando no lo es.

En los últimos meses he estado recopilando material para un documental y he entrevistado a muchos voluntarios: está el veinteañero que acaba de salir de la universidad, la guardabosques de cuarenta años, el sesentón que enseñaba informática. Las cosas que me cuentan son increíbles: “Llegué a ese campo y comprendí que ese era mi punto de llegada”, “Me bastaron diez minutos para saber que no necesitaba nada más”, “Nada en mi vida ha sido más significativo”. Algunos de ellos siguen trabajando en los campos de refugiados, otros hacen otras cosas para el resto, otros han vuelto a casa después de unas semanas. Para todos ellos fue una experiencia que cambió muchas cosas, para muchos lo cambió todo. Yo mismo puedo decir que tres de los cinco momentos más felices de mi vida tuvieron lugar en ese campamento. Hace unos días un amigo que se dedica a otra cosa totalmente distinta, alguien que ha tenido éxito (e incluso un poco de fama), me dijo “Siempre le digo a mi mujer que, si pudiera vivir otra vida, elegiría la tuya”. Me sentí comprendido.
Cuando digo que todo el mundo puede hacerlo, no quiero decir que sea fácil. Es difícil. Hay muchos inconvenientes, pero creo que las ventajas superan con creces a los inconvenientes en cantidad y sobre todo en importancia. En primer lugar, hay que hacer una inversión inicial, porque en un mundo en el que hay poco dinero que depende principalmente de las donaciones es más difícil que alguien quiera invertirlo en el sustento de una persona, sobre todo sin haber visto su trabajo. Si lo único que te frena es el dinero para empezar, lo más probable es que tengas formas de conseguirlo: hacer una recaudación de fondos como hice yo, pedir a otras personas que inviertan en ese proyecto: serás sus otros brazos. Luego te reunirás con otras personas con las que has trabajado bien y seguirás haciéndolo de una forma más estructurada. Es verdad, nunca te harás rico, vivirás una vida algo más esencial y compartida que la que podrías haber vivido, pero mientras tanto construirás un enorme conjunto de habilidades, que serán tu colchón si quieres volver a una vida similar a la anterior.
Luego están las dificultades prácticas del trabajo, que ciertamente no es fácil. Hace un año y medio escribí sobre las enormes dificultades de hacer esta cosa tan hermosa. Del cansancio agotador, de la falta de tiempo para hacer cualquier otra cosa. Pero, incluso en los peores momentos, nunca he dudado de su valor. Para los que se quedaron en el tintero (perdonadme): las cosas van mucho mejor, hemos encontrado personas maravillosas que han decidido echarnos una mano y compartir ese camino. Y esa es otra razón por la que la mía es una elección envidiable. No creo que haya un rasgo particular en las personas que pueden hacerlo, pero probablemente lo hay para quienes deciden hacerlo. El nivel de cuidado, atención a los demás, curiosidad y ganas de colaborar que veo en las personas que trabajan conmigo es increíble (visto que ya me he desnudado y tal vez pueda ayudar a alguien a entender el valor y el poder de hacer esta elección, voy a poner aquí una carta que escribí recientemente al equipo). Piensa en el privilegio que supone poder decir “mis colegas son gente maravillosa”. ¿Cuántas horas de tu vida pasas inútilmente con gente que no te gusta?
Y después están las dificultades teóricas del trabajo. Cada día, al menos una vez, te sientes inútil. Podrías hacer más. Porque es cierto, siempre se puede hacer más. Y a menudo, incluso haciendo ese más no es suficiente. Porque nunca es suficiente. Hay un poema de Brecht que se llama “A bed for the night”, y en un momento dado dice (lo traduzco), después de oír hablar a una persona en la ciudad de Nueva York que se esfuerza cada noche por encontrar una cama para los sintecho:
No cambiará el mundo / No mejorarán las relaciones entre los seres humanos / No acabará la era de la explotación / Pero un puñado de seres humanos tiene una cama para pasar la noche / Por una noche el viento no los golpeará / La nieve que estaba destinada a ellos caerá en cambio en la calle.
Es un texto muy bonito y verdadero. Hay otro en esta carta de Don Milani, menos efectiva para un no creyente como yo, pero igual de hermosa. Creo que estas palabras lo dicen todo. Que poco es ciertamente mejor que nada todo el mundo lo sabe, y precisamente lo sabe el que no tiene nada. Solo añadiré una cosa sobre este sentimiento de “no suficiente” que es mi compañero diario. ¡Qué maravilloso es el privilegio de saber que no estás haciendo lo suficiente! La preocupación de tener que hacer más. Mucho mejor que saber que no estás haciendo nada, o que estás haciendo las cosas mal. Qué bonito irse a dormir pensando que has hecho muy poco, que también significa que puedes hacer más mañana. Qué bonito es no tener que arrepentirse de las cosas que uno hace, concentrarse en mejorar obstinadamente la forma de hacerlas y poder decir: el objetivo es el correcto; cada una de las cosas que hago, incluso las más aburridas, sirven para eso. Muy pocas personas tienen ese privilegio.

Espero que estas palabras te sirvan para convencerte de participar en el voluntariado, de hacer cosas útiles para los demás, de dar ese último empujón al amigo que quiere hacerlo, pero duda. En general, si necesitas ayuda, búscala en los demás: la gente que nos rodea es mucho mejor de lo que nos imaginamos, algunas veces pedir ayuda a alguien es darle una oportunidad de ayudar que estaba buscando y no conocía. Yo, por mi parte, estoy encantado de echar una mano, si puedo, a quien quiera un consejo o una palabra de ánimo para tomar esta decisión: creo que es un deber que tengo, si puedo ayudar a alguien a dar ese último paso. Muchos me han ayudado a mí. Mi correo electrónico es mi apellido @ secondtree.org. Siempre respondo a todos, pero puede que me lleve un tiempo.
No te detengas ante el primer obstáculo, especialmente si es un obstáculo puesto por ti mismo. Si crees que estás atrapado en una vida que no te gusta, debes saber que eso no es cierto. Tienes mucho menos que perder de lo que crees: no es sólo mi experiencia, sino la de muchas otras personas que – como escribe Bruno Manghi en este ensayo sobre el voluntariado – “se atreve(n) a desobedecer el mal que se avecina y revela(n) otras posibilidades de existencia”. Sobre todo, no digas que es demasiado tarde, que eres demasiado viejo, que “ah si lo hubiera hecho cuando era joven”. Nunca se es demasiado viejo para ser joven (Mae West).
¿Sabes cuántas cosas, exitosas o no, hice antes de hacer esto? Casi todas las personas que conozco y que luego decidieron ponerse a hacerlo, pensaron “¡ay, si hubiera hecho esto hace 5 años!”. O hace 5 meses. O hace 25 años. Entonces se decidieron, finalmente, a hacerlo y se dieron cuenta de que hoy es el 5 años del que hablaremos dentro de 5 años. La organización que creamos se llama Second Tree, por aquel proverbio africano que dice: “El mejor momento para plantar un árbol fue hace veinte años; el segundo mejor momento es ahora.”